domingo, abril 08, 2007

Experiencia "Animal"

Era viernes por la tarde y ya tenía mi mochila lista para salir. Esta tarde estaría demasiado ocupado y pretendía salir el sábado temprano desde Punta Arenas rumbo a Río Verde, distante 90 km de la ciudad, para luego seguir hasta el río Pérez, 40 km más de camino bordeando el seno Skyring, camino a la cordillera Pinto. Sus cerros me tenían intrigado hace meses, desde la primera vez que visité la zona y vi esas montañas a lo lejos, perdiéndose en las nubes, meses atrás, el día que la Caro partió a España detrás de un sueño de postítulo que hoy es realidad. Luego, google earth ® me dio ojo de satélite para apreciar el relieve de la zona, luego Gonzalo me dio ojos de cóndor para ver el terreno en fotos del SAF (servicio aéreo fotogramétrico). Tengo muchas ganas de subir los cerros de la cordillera Pinto, conocer su historia, hacer una travesía por entrando por Río Pérez y salir a la cuenca del río Penitentes, o bien el valle del río Rubens, un poco más al noreste. Este sería un primer viaje exploratorio, conocer el “enemigo”, sentir sus vientos, su frío, su clima, el aroma del seno Skyring y caminar sobre la turba y bosques fangosos, superar sus desniveles y observar con vista de montañero desde las cumbres que ostenta cubiertas de nubes patagónicas que siguen rumbo al sureste desde las últimas estribaciones de campos de hielo sur. Era menester sentir el viento y el frío, el agua salada del mar, el trekking por la playa, tan distinta a la de Pichidangui donde solía ir algunos años atrás. Era el momento de volver a las montañas, donde siempre he querido estar.

Pero ese día algo andaría mal. El trabajo intenso durante la semana y las cervezas que tomé la noche anterior a la salida conspiraron para que no saliera de madrugada como tenía pensado, sino al mediodía. El olvido de los bastones y regresar veinte kilómetros por ellos tampoco era un buen augurio. Sin embargo, el camino fue agradable y la música buena, “as usual”. Era un buen día en patagonia, un sol escurridizo, no mucho viento y algunos chubascos. El camino de ripio en buen estado a ratos me transportaba a los juegos de rally de mi laptop. Parar a almorzar en río Verde y luego llegar a la estancia Río Pérez. Ahora si se iniciaba la aventura. Puse la llave en el candado y éste abrió suavemente. Bienvenido a la estancia “Río Pérez”. De aquí en adelante, “terra incógnita” para mi. Me encanta esta sensación cuando empiezo una nueva aventura. “Terra incognita”, es el motivo por el cual estoy aquí. Es sólo un portón, pero para mi es la diferencia entre estar fuera o dentro del acceso a la montaña donde me dirijo. Ya estoy en el acceso. Ahora empieza la verdadera aventura.

Paso a saludar a los dueños de la estancia, y avisar que regreso al día siguiente por la tarde. Luego continúo por un camino bien marcado, paso por un sector que alguna vez quiso ser un proyecto turístico y de camping. Atravieso el río León sobre un buen puente para luego llegar a bahía “El Cable”, donde hay restos de lo que fue alguna vez una salmonera. Allí el camino se divide: a la izquierda hay un buen camino que llega a las instalaciones que pertenecen a la salmonera instalada allí, actualmente sin actividad. A la derecha hay una tranquera, nombre que dan en esta zona a un portón que divide un terreno, frecuentemente para evitar el paso de ganado, y un puesto cerca de la misma. La tranquera es metálica, oxidada, y tiene restos de redes de pesca encima. Cruzándola se insinúa una huella que atraviesa el sector de la “Punta Eulogio”, sigo el camino, que unas decenas de metros más adelante desaparece para transformarse en un par de líneas de coirón aplastado sobre la pradera del ancho de un jeep. Doble tracción y sigo la intuitiva senda, supero otra tranquera y observo las praderas llenas de coirón. Aún se ven flores que no han notado que el otoño se acerca rápidamente. No observo mucho ganado, sino más bien algunos caballos en la pradera. Lentamente la isla Escarpada se observa en la distancia, y al verla entiendo su nombre, no se ven más que acantilados que caen abruptamente al mar en su lado norte. Conforme recorro la pradera, la huella se acerca a una pequeña bahía, la bahía de la Pampa, donde nuevamente toma forma de camino y se cruza una tranquera, que cuidadosamente dejo cerrada. Avanzo pocos metros, el camino sube para luego cruzar una loma y acercarse a la cuenca del río nutria, que desemboca en la bahía del mismo nombre. Unos metros antes de llegar al río hay un pequeño puesto de color amarillo deshabitado. El río nutria en el punto donde se vadea no es más que un arrollo, de 30 cm de profundidad como máximo y agua color “turba”. De aquí en adelante el camino serpentea entre bellos bosques y terreno en algunas partes fangoso, con lugares ideales para acampar en plan “familiar”, hay pequeñas lomas y es entretenido llevar el vehículo. Luego se llega a la península Guzmán, unida por un pequeño istmo de no más de 50 metros de ancho, que separa la bahía de la nutria de la bahía Williams, la primera dificultad real para los vehículos. Se puede descender fácilmente hasta el istmo, distante pocos metros del camino, y con doble tracción y reductora puesta no debiera ser difícil bajar, aunque las raíces húmedas de los árboles que sobresalen del suelo pueden hacer que los neumáticos resbalen un poco, y además, no es menor el detalle que los autos destruyen mucho la delgada capa de tierra cuando de subir pendientes empinadas se trata. Teniendo esto en cuenta, caminé un poco por el área, para luego seguir rumbo a la bahía Williams, la primera dificultad real del camino.

En pocos minutos luego de cruzar la península Guzmán, se tiene una buena vista de la bahía Williams, con un puesto antes de que el camino se acerque a la costa. También de colores amarillos y café claro, abierto y sin gente, cubierto en sus alrededores de largos pastos de medio metro de altura. Al acercarme a la bahía, veo que el camino se acaba, el camino se mete al mar para volver a salir 400 metros más adelante, en el otro lado de la bahía. Veo una cabaña al frente, y escucho voces. Veo un jinete a lo lejos en el bosque, siguiendo el camino. Desciendo del auto y recorro los alrededores para ver cómo continuar. Rápidamente me doy cuenta por qué el camino se mete al mar, estoy al lado de un gran turbal que llega hasta la playa. Encuentro un sendero entre la turba y camino al encuentro del jinete que viene a mi encuentro. Resulta ser un puestero de reemplazo que está en el puesto Pinto. No puedo creer mi suerte. “¿El puesto Pinto?” le digo, “oiga, y ese puesto, ¿está cerca del cerro?”. “A los pies del cerro” me responde el arriero. Nuevamente no puedo creer mi suerte y le pregunto si queda muy lejos, si me puedo quedar a acampar allí, que si está muy lejos el cerro, y otra cantidad de preguntas. Me responde que el puesto está como a una hora a caballo, que el camino está bueno para jeep, que el sendero se mete al mar, pero es firme, que él me puede guiar con su caballo a través del agua. No quepo en mi felicidad, de ir tanteando en base a mapas y fotos, ahora estoy conversando con la persona que está en el preciso lugar a donde quiero ir. La adrenalina me embarga y anestesia el dolor que siento al meter el jeep al agua salada. Mi corazón late a mil por hora mientras atravieso esos pocos cientos de metros de agua. A ratos el auto tiende a quedarse pegado y entonces giro el volante a ambos lados buscando salir del atasco, acelero más, lentamente voy saliendo, no me hundo tanto, estoy llegando a la otra orilla, salí. Mi corazón bruscamente da un vuelco. Qué estupidez he hecho sumido en la adrenalina. Ando solo, no tengo vehículo de apoyo. Pude haberme enterrado. ¿Qué sabe el puestero de jeeps?. Después de esas divagaciones sigo el camino, pero éste es cada vez más complicado. Lo que sigue es avanzar entre terrenos pantanosos “planchados” con troncos dispuestos transversalmente en el camino. Uno al lado del otro, que hace que el vehículo salte bastante y resbale un poco en algunos puntos. Me siento absolutamente irresponsable enfrentando un camino de este tipo con mi pequeño jeep de aspecto insignificante y absolutamente de serie, aún con neumáticos originales H/T, más para pavimento que para este tipo de terreno. La Suzuki debería darme un premio por esto. Cada vez me sorprendo más de las cualidades de este “enano 4x4” que anda tan bien como “los de verdad”. Atravieso sin problemas los terrenos “planchados” hasta que llego a un punto donde el camino está inundado y presumiblemente muy fangoso. Podría pasarlo, pero también podría enterrarme. No ando con winche ni ancla. Hasta aquí llega mi incursión 4x4. Las reflexiones luego de cruzar la bahía Williams me vuelven prudente nuevamente. Ahora muto de animal 4x4 a animal trekero. Ha empezado a llover. Saco mi equipo, me enfundo en gore tex , bastones en la mano. Cambio de piel. Es hora de partir. Lamentablemente es muy poco el tiempo para hacer un tercer cambio de piel, de animal trekero a montañero, pero eso aún no tenía cómo saberlo hasta que llegué a los pies del cerro. Sigo la huella del caballo del puestero. No cuesta tanto seguirla. Es un sendero para vehículos 4x4 que atraviesa la península “el morro” por su base para luego salir hacia la costa y continuar el sendero por una extensa playa con vista a la isla escarpada, playa que limita por el este con “El morro” y por el este con la “punta Onofre”, lugar donde desemboca el río Pinto y al cual me dirigía. Caminaba animosamente, por esta playa larga, con algunas gotas de lluvia, y algo “picado”, pues una de mis intenciones es conseguir la mayor información posible sobre el castillo de Dynevor, para mi amigo Gonzalo, y desde donde me encuentro, se insinúa, detrás de una gruesa capa de nubes. No lograré tomarle una fotografía decente hasta mi regreso. En el camino por la playa es evidente que han pasado antes vehículos doble tracción. Quizás en un regreso podríamos venir en más vehículos para completar el acceso. A la mitad de camino a Punta Onofre se cruza una pequeña tranquera junto al mar, que separa la estancia Río Pérez, del señor Mario Fernández, de la Estancia Río Pinto, del señor Máximo Mihovilovic. 30 minutos más de marcha por la playa, antes de llegar a Punta Onofre, el camino de interna en el bosque, por una clara huella, tapizada nuevamente por troncos de árboles sobre la turba, para llegar luego de unos minutos al vado del río Pinto. Éste es un río de verdad, respetable. De unos 30 metros de ancho y 120 centímetros de profundidad en su parte más profunda del vado. Viene crecido y con bastante caudal. Estoy solo y no es prudente intentar en cruce en estas circunstancias, sin un compañero y una cuerda. Decido que hasta aquí llegó mi viaje. Me preparo a descansar, armar la carpa, tomar fotos y buscar mi cena de truchas en el río. Estoy en eso cuando veo volver al puestero, con otro caballo. No puede ser. Qué noble el muchacho. Vuelve con un caballo para que pueda cruzar el río. ¡Genial!. No lo puedo creer. El puestero resultó ser un tipo joven, ha trabajado toda su vida, y está (como muchos puesteros), bastante aburrido y con ganas de conversar, así que no me iba a dejar atrás, ¡jajaja!. Cruzamos el río montados en los caballos y en unos minutos estamos en el puesto, al otro lado del río. El puesto Pinto, y a escasos tres kilómetros, la ladera del monte el cráter, la estribación norte de la cordillera Pinto, con bastante nieve y cubierto de nubes. Estoy al fin donde quería estar. El puesto es confortable. Cálido y mi anfitrión agradable. Cenamos sopaipillas de campo y bebemos unos mates. Hablamos de cerros y vidas de puesteros. Compartimos historias comunes para todo el mundo, alcohol, chicas, cigarrillos, de vidas, de del chico y la mía. Jugamos naipes. Es una buena noche, tranquila. Dejo mi saco de dormir sobre un camastro sucio, pero mejor siempre dormir en un refugio que en carpa. Afuera ha llovido, no intenso, pero persistente. Mañana será otro día. Es hora de dormir.

A la mañana siguiente desayunamos un buen café y luego Luis me muestra las tareas de la mañana: da de alimentar a los perros, reúne la tropilla, ensilla los caballos, yo pruebo a tratar de pescar en un pequeño afluente del río Pinto, pero no encuentro buenos lugares. Luego salimos a cabalgar un rato reconociendo el camino de acceso a la ladera del monte el Cráter. La salida es tranquila, el terreno es blando y húmedo, frecuentemente con turba. En las zonas boscosas con mucho tronco caído. Sin duda será un desafío la aproximación a este cerro. Luis evalúa la situación, no podemos seguir muy arriba con los caballos, el terreno es complicado y no soy un jinete experimentado. Decidimos volver. Pero ya tengo una idea de la aproximación, y es algo para planear la próxima expedición. Idealmente 4 días siempre y cuando haya buen tiempo. Un día de traslado hasta el puesto, un día para montar un campamento alto, otro día para atacar y descender al puesto. Otro día para regresar. Esto siempre y cuando no haya que esperar una ventana de buen tiempo.

Volvemos al puesto, donde almorzamos al mediodía. El plan es regresar ahora hacia bahía Williams, donde conversaremos un poco con el señor Oyarzo Oyaneder, habitante permanente de la bahia Williams hace 20 años, oriundo de Chiloé. Así, obtener una valiosa experiencia a partir de compartir con un colono de la zona. Salimos después de almuerzo, cabalgando. Luis toma la precaución de llevar un caballo ideal para arrastre, para poder auxiliar mi auto en caso de quedar atascado en alguna parte. Llegamos cabalgando sin problema hasta el vehículo, bajo una suave lluvia. Recupero el vehículo y luego sigue Luis a caballo, yo en jeep. Sin dificultad, pero con algo de estrés, me desplazo con agilidad sobre los troncos cubiertos de barro que marcan el camino de regreso. Accedemos a bahía Williams sin dificultad. Luego, pasamos a saludar al señor Oyarzo. Él se muestra contento de tener visitas. Nos presentamos, nos hace pasar a su casa, compartimos un cigarrillo. Ante mis preguntas insistentes sobre el por qué vivir en este rincón del mundo, empieza a contar una historia que probablemente ha contado miles de veces. Nos habla de su vida en todo Chile, de su vida como minero del cobre en Chuquicamata, de su vida en la zona central, de su vida en Chiloé, del desierto, de los bosques, del mar. Un día, en su lancha, llegó a esta bahía, le gustó, se quedó. De eso hace 20 años. Compartía la cabaña con una indígena yámana, oriunda de Puerto Edén, la abuela Fresia, que falleció hace dos años, la última indígena de la zona. De conversación fluida y agradable, se nota que es visitado con frecuencia. Se sabe el único habitante de la zona y cada vez que alguna personalidad pasa por allí, le saluda. Conoce varios médicos de Punta Arenas, expedicionarios, kayakistas. Autoridades que asistieron al funeral de la abuela Fresia. Su cabaña es sencilla, baja, piso de tierra. Un fogón al centro, el agua caliente y restos de pescado. Un perro afuera. Él, vestido de lana raída y botas de goma. Gorro de lana. Es un hombre de mar al fin y al cabo. Afuera, en la playa, un pequeño bote amarrado. Aún es verano y hay flores en los arbustos aledaños. Sin duda un bello lugar para vivir. Compartimos unos cigarrillos junto a una agradable conversación. No tomo fotografías, no viene al caso. Echo de menos una grabadora o una filmadora. Este hombre tiene tantas historias que contar y que deben ser rescatadas. Volveré, sé que volveré, y en ese momento traeré lo necesario para retratar su voz y sus historias, este hombre de esta bahía perdida en los fiordos de Magallanes.

Nos despedimos amablemente, vuelvo a mi auto y al mar. Luis me guía no muy diestramente a través de una senda bajo 40 centímetros de agua de mar. En un momento veo que el caballo trastabilla, se hunde y le cuesta mantener el equilibrio, al retirar sus patas del agua sale una mancha negra que indica lo lodoso del fondo. Maldita sea, este tipo me lleva por el lugar incorrecto. Pero ya estoy a 5 metros del punto y no puedo detenerme, tengo que pasar y tratar que este puestero loco corrija el rumbo. El auto disminuye su ritmo, pero no es el motor, son las ruedas que giran en vano. Siento como el auto se entierra y no puedo hacer nada para evitarlo. Giro las ruedas delanteras frenéticamente, y esa es la palabra adecuada, buscando un lugar donde éstas traccionen algo. Luis desde su caballo se voltea y me indica que tome a la izquierda, mientras se ríe a carcajadas de mi cara. Lo entiendo, debo estar pálido, con cara de muerte, no quiero quedarme enterrado aquí a merced de la marea. Sin embargo, el pequeño 4x4 es fiel y entre tanta agua y barro logra afirmarse y sale adelante, vuelve a tomar velocidad y me acerco rápidamente al punto de salida. He logrado salir de la Bahía Williams, se acabó, ahora voy rumbo a casa. Salgo del agua, me bajo. Nos despedimos con Luis, este puestero que con tanta hospitalidad me recibió en su cabaña. He tenido dos mutaciones este fin de semana. La mutación de animal 4x4 a animal trekero. Faltó la mutación a animal montañero, la mejor y más entretenida.

La evolución del hombre.

Cordillera Pinto, volveremos a vernos, pronto.

Punta Arenas, cruzando el estrecho de Magallanes en la barcaza Melinka, martes 3 de abril 2007, 16:20 hrs.

Carlos Salazar P.
Medical Doctor, General Practitioner
http://spaces.msn.com/carlocazo

1 comentario:

Slav dijo...

Carlos,
gracias para historia, muy buena descripcion, me sentia como leer Jack London ;)
Saludos