miércoles, abril 11, 2007

Sol de Medianoche - Rodrigo Fica

El diario La Segunda también a veces aporta con relatos interesantes, en esta ocasión ubiqué uno en su blog, el cuál transcribo literalmente a continuación.

La URL original es esta.


Es tiempo de repasar las mejores actividades hechas por montañistas nacionales en el pasado verano.

Para comenzar, nada mejor que ir a lo ocurrido en una zona donde, a pesar de lo que dije en las últimas dos columnas, nuestro país sí lleva el liderazgo en Latinoamérica. Claro, no lo suficiente como para hacer la diferencia, pero sí para demostrar que cuando nos proponemos algo... creamos un comité.

Me estoy refiriendo, por supuesto, a Antártica. Un exagerado continente que, en realidad, no es una sola unidad geográfica, sino más bien la suma de dos áreas disímiles: “Antártica Continental”, el enorme casquete de hielo en forma circular que rodea el Polo Sur, y “Península”, esa franja de tierra que pareciera dispararse desde el fondo del mundo en dirección a Tierra del Fuego.

Marcadas diferencias tienen. Esta última es relativamente cercana, con penumbra en las noches y de temperaturas “moderadas”. Antártica Continental, en cambio, es seca (0% humedad ambiental), sin vida salvaje (excepto en su costa), hace mucho frío (sus –89,2° son récord mundial), el Sol estival brilla las 24 horas del día (salvo, obvio, cuando está nublado) y queda bastante lejos (desde Punta Arenas, ir al Polo Sur es igual de distante que ir a Lima).

Por eso, visitar Antártica Continental es caro, difícil y complejo. Sin embargo, igual nos la hemos arreglado para ser el país latinoamericano que tiene más y mejores actividades en ella. Por ejemplo, en cuanto a travesías, contamos con tres memorables: la llegada de Alejo Contreras al Polo Sur (en el 88-89; primer latinoamericano), la expedición “Cruz del Sur” (de los militares Sergio Flores, Patricio Moya y Domingo Maldonado, quienes en el 95-96 caminaron sin soporte 1.200 kilómetros en 51 días) y Expedición Antártica (con Rodrigo Jordán, Ernesto Olivares, Pablo Gutiérrez y Eugenio Guzmán, primer equipo en unir los aprox. 150 kilómetros que separan cordillera Centinela de Patriot Hills).

Si nos referimos a ascensos propiamente tal, usando al Vinson como referencia (es la montaña más alto de Antártica, con 4.893 m), los chilenos son los latinoamericanos que más veces lo han subido. A saber: Alejo Contreras (1985, como guía; a través de los años haría otros ascensos); Mauricio Purto, Ítalo Valle, Fernando Luchsinger y Jaime Roca (1989); los militares Rafael Mesa, Juan Marisio y Patricio Moya (1993); Rodrigo Jordán (1995); Gino Cassasa, Jorge Quinteros, Nelson Sánchez, Fernando Bravo y Julio Contreras (1997); Rodrigo Mujica (2000, como guía); Rodrigo Fica y Camilo Rada (2004, cada uno dos veces); Misael Alvial, Ernesto Olivares, Andrónico Lúksic y Gabriela Lúksic (2004; los dos primeros como guías, el resto como clientes; además, Gabriela sería la primera sudamericana) y, finalmente, Patricia Soto (2006; dos veces, ambas como guía). En total, 22 personas (mientras que los otros ascensos latinoamericanos, sumados en su conjunto, no pasan de 10).

Esta tendencia no hace más que confirmarse al ver lo ocurrido el pasado verano. Dos chilenos, María Ibarra y Camilo Rada, fueron llamados por el montañista australiano Damien Gildea a participar en “Unclimbed Antarctica”, un proyecto internacional cuyo objetivo era medir la altitud de las más altas inescaladas cumbres de la cordillera Centinela. Sabia invitación debe admitirse, porque nuestros compatriotas tenían sobrada experiencia y nivel técnico para responder al desafío (entre otras cosas, Camilo hizo el primer ascenso invernal del San Valentín, y María había subido el Lhotse pocos meses antes).

A mediados de noviembre, la agencia a cargo de la logística transportó a los 4 montañistas (el otro miembro era el norteamericano Jed Brown) desde Punta Arenas hasta el glaciar Branscomb, lugar de inicio para un trabajo que se prolongaría por dos meses y abarcaría 4 áreas diferentes.

La primera de ellas fue en los alrededores del monte Craddock. Ahí subieron el Atkinson (3.192 m), el Slaughter (3.444 m) y el Rutford (4.477 m), lugar donde, aprovecho de comentar, un bloque de hielo le golpeó la cara a Rada y le rompió un diente (posteriormente nuestro amigo trataría de colocárselo de nuevo con pegamento, pero no resultó: se lo tragó al tomar un sorbo de leche. En todo caso, no se preocupen, el choclero sería recuperado dos días después, tras la respectiva blanda y tibia inspección).

Luego, el grupo se regresó caminando al sector del Vinson, donde los chilenos abrirían una ruta nueva al monte Shinn, en 21 horas ida y vuelta. A su recorrido lo bautizaron como “Sol de Medianoche”, probablemente el segundo itinerario abierto en dicha montaña, la tercera más alta de Antártica (con 4.667 m).

Después un Twin Otter los trasladó al glaciar Embree. Ahí no les fue tan bien: no pudieron encontrar una estación meteorológica que debían retirar, hubo mal tiempo y no subieron el monte Todd (uno de los intentos se frustró por una avalancha de placa gatillada por Brown). Aún así escalaron el Bentley (4.137 m) y realizaron el primer ascenso del Press (3.732 m).

La cuarta y última etapa comenzaría en los primeros días de este año, cuando en 20 días de trabajo subieron el Anderson (4.144 m), el Unnamed (3.120 m), el Giovinetto (una montaña que quizás ustedes recuerden porque fue intentado por Expedición Antártica en el 2002) y, como para ir terminando, hicieron el primer ascenso del Morris (3.806 m).

Finalmente, el 23 de enero, el grupo comenzaría su largo regreso a casa, vía Campo Base del Vinson y Patriot Hills, terminando así una estupenda expedición.

Una en la cual, agrego yo, se vieron los mejores ascensos jamás realizados, por latinoamericanos, en la Antártica Continental.

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